HtmlToText
TRASLADO ramondeaguilar - 16 de marzo de 2016 - 12:28 - HERVIDERO ESTE BLOG SE HA ACTUALIZADO Y TRASLADADO A http://ramon-de-aguilar.blogspot.com.es/ Facebook Twitter Whatsapp Email 0 comentarios ¿Y esta publicidad? Puedes eliminarla si quieres. Amar a Emiliano como a los dioses ramondeaguilar - 05 de noviembre de 2014 - 14:05 - HERVIDERO A Emiliano le profetizaron un día que sólo sería amado como son amados los dioses. Yo estaba delante, y tanto a él como a mí nos pareció que era un triste augurio. A él le hubiera gustado que lo amaran como se ama a los hombres. A los dioses se les adora mucho y se les besa poco, no se les acaricia, no se les puede hacer el amor con esa pasión que Emiliano pondría cuando abrazase a sus amantes. No hace falta haberlo vivido para saberlo, porque la ponía en todo cuanto hacía. Ahora que se ha ido, ahora que sus restos son parte del Pico de la Muela (la montaña que cada día veía desde las ventanas de su casa en Cofrentes), ya sólo podemos amarlo así: Como sólo se ama a los dioses; con un amor sin barreras en las que tropezar, en las que enredarse, en las que quedarse; con una admiración que crecerá en el recuerdo, con la nostalgia de su risa y de su voz, de sus historias, de su presencia... En el funeral en Cofrentes, una de sus sobrinas me conmovió al hablar de él. En sus palabras lo reconocí. Me hubiera gustado ser capaz de repetirlas una a una para que también vosotros pudierais entender por qué fue tan importante este hombre para todos cuantos le conocimos. “ Su presencia -explicaba la muchacha, con palabras más certeras que las mías-, convertía una tarde cualquiera en una tarde especial; la comida de un lunes en una comida de domingo ”. Con él, un encuentro inesperado se convertía en una fiesta, porque la alegría de la sorpresa lo desbordaba... y un encuentro programado se podía convertir en una aventura, porque era capaz de citarte a dar un paseo por los salones de un palacio, como el del Marqués de Dos Aguas, o a tomar un café en Lisboa, aunque vivieras en Valencia, a sólo dos paradas de metro de su casa. Seguramente no fui su mejor amigo y habrá muchos otros que podrían escribir sobre él con más derecho y mayor precisión; pero la inesperada noticia de su trágica muerte me hizo revivir el tiempo que trabajamos juntos, mesa junto a mesa, a finales de los años setenta; las interminables veladas en su casa de Cofrentes; el mimo con el que cuidaba sus discos de vinilo; el detalle con el que describía las coreografías de Lindsay Kemp , que tanto le entusiasmaban; el descubrimiento que, guiados por el azar, juntos hicimos del escritor uruguayo Felisberto Hernández (al que dediqué una entrada en este blog, que él enriqueció con uno de sus comentarios ); l os días que pasé con él en Sofia, cuando vivía en Bulgaria; la última vez que me visitó en mi oficina, cuando su madre estaba hospitalizada aquí en Requena; o la noche no muy lejana en la que estuvimos chateando, sin sospechar que iba a ser la última vez porque, entre otras cosas, estuvimos hablando de un futuro ya muy próximo en el que, jubilados, yo escribiría novelas y é l disfrutaría de la casa que se estaba construyendo en Madrid, después de haber viajado tanto y de haber tenido su hogar en tantas ciudades del mundo. Ahora que ya no está con nosotros, todos estos recuerdos se hacen más vivos. Y más presentes sus consejos de alimentación para la salud, sus invitaciones al yoga y la meditación... Más valiosos los pequeños regalos que nos dejó, como un ejemplar de “ El corazón de las tinieblas ” de Joseph Conrad, o un elepé doble de “ Sha Na Na ”, el grupo norteamericano de rock and roll, que él nos descubrió; libro que volveremos a leer y disco que volveremos a escuchar en su memoria porque ahora sí, más que nunca, seguiremos amando a Emiliano como a los dioses. Facebook Twitter Whatsapp Email 4 comentarios El baterista del Plata ramondeaguilar - 16 de septiembre de 2014 - 14:51 - LO QUE ESCRIBO Nunca le había gustado su nombre. Pero había nacido un catorce de febrero, un día de los enamorados, y a sus padres no se les había ocurrido nada mejor que seguir la costumbre de ponerle el santo del día, marcándolo así con un destino que a él se le antojaba inexorable y que, en su caso concreto, era el de ser víctima de las circunstancias, ser un don nadie, un mediocre que había dejado escapar su vida entre las cuatro paredes de un piso destartalado en el barrio viejo de la ciudad, al abrigo de su pluriempleo y a la sombra de Piluca, su mujer. Cada mañana, cuando encendía la luz del cuarto de baño, deseaba encontrarse en el espejo un rostro diferente al que el azogue le devolvía, unos ojos penetrantes de mirar profundo, la sonrisa de un hombre fuerte y seguro, duro y tierno a la vez… mas era sólo un instante, una ilusión tan breve que la mayoría de las veces no se daba ni cuenta. Y así fue también la mañana de aquel sábado y trece que a la larga habría de ser diferente. “Mal día para los franceses”, había pensado Valentín al despertarse; pero por la noche, ya de madrugada, cuando después de una jornada agotadora bajaron la persiana de la sala de fiestas y dijo adiós al señorito, que se había quedado con él hasta que todas las cuentas del día estuvieron cuadradas, tuvo la sensación que para nadie habría podido haber peor sábado que el suyo. Hasta aquel día, hasta aquella madrugada, en la que solitario caminaba por las oscuras calles del casco viejo, en el que trabajaba y vivía. Al girar una esquina sintió la bofetada del frío en el rostro y se subió el cuello de la americana para guarecerse. Valentín, hasta entonces, se había visto en la obligación de creerse feliz, moderadamente feliz puesto que, pese a la ansiedad que de vez en cuando le embargaba, estaba convencido de que, dentro de lo que cabe, no le iba del todo mal, al menos para los tiempos de crisis que corrían… No había más que mirar los índices del paro, subiendo mes a mes, mientras él mantenía su empleo de dependiente en un puesto del mercado central y, desde hacía años, cada tarde y cada noche tocaba la batería en el Plata, para acompañar los números musicales, y ayudaba a hacer las cuentas al jefe, para redondear unos ingresos con los que llegar de manera holgada a fin de mes. El trabajo y la familia. Su pluriempleo y sus tres hijos: Mari Pili, que quería empezar veterinarias el próximo curso; José Luis, en quien, pese a ser mal estudiante, seguía depositando la esperanza de que realizase todo aquello de lo que él no había sido capaz; y Benita, la hija pequeña, tan pequeña que aún era pronto para pensar que podría ser de ella más allá de aquel sábado y trece en el que acababa de recibir la noticia: – El Club se cierra Nunca lo hubiera imaginado; pese a lo mucho que había bajado la clientela y el progresivo deterioro del centro, le parecía uno de los símbolos de la ciudad. – Es sólo temporalmente. Por el puesto del mercado no habría qué preocuparse… la clientela era fiel y, después de casi cien años de actividad, no iba a dejar de ser el Mercado Central, por mucho “hiper” que se abriera a las afueras o centros comerciales que le robaran el espacio a los pequeños comercios del centro… Tendría que buscarse otro empleo para las tardes; nunca había tenido suerte pero, en ese sentido, la fortuna siempre le había sido favorable; quizás había sido la misma mediocridad, la misma falta de ambiciones lo que le había resguardado de infortunios y protegido de grandes contratiempos. No siempre se había conformado con tan poco. Valentín había tenido que cumplir los cuarenta y cinco años para aceptarse a sí mismo como un simple dependiente que, por las noches, tocaba la batería en una sala de fiestas. Del Mercado Central al Plata y del Plata a casa, con la paga en el bolsillo y, junto a ella, la esperanza de que el sistema de las pensiones aguantase hasta su jubilación. Pero no siempre había sido así; para llegar a ese punto tuvo que ir renunciando a una serie de sueños como si, año tras año, fuera deshojando una margarita y,